Chiúre, Mozambique. Un lugar tan diferente al lugar en que he crecido que… cuando intento describirlo no sé por dónde empezar… ¿Su cielo?, ¿sus estrellas?, ¿su calor?, ¿sus gentes?... Un lugar que sin estar… es difícil llegar a imaginar…
La suerte de nacer en un país norteño ofrece privilegios que desde aquí no somos capaces de valorar: educación, comida, casa, agua, ropa, familia, sanidad, reconocimiento…
En cambio, un niño (¡por favor! ¡sólo es un niño!) con la misma mirada inocente, la misma sonrisa pícara que desea jugar, las mismas manitas pequeñas… sólo por haber nacido en el sur: no bebe agua limpia, no tiene un hospital cerca y si lo tiene no es posible pagarlo, no tiene un techo que aguante lluvias torrenciales, no sabe leer, escribir, come malamente si es que lo hace… y ni siquiera está inscrito en un registro que sepa de su existencia…
¿No tiene derecho a los derechos básicos de cualquier persona (también llamados derechos humanos)?, ¿Dónde está la diferencia?, ¿Por qué nosotros sí y ellos no?, ¿Acaso no hay para todos?, ¿No podríamos entonces tener menos para que algunos tengan más?, ¿Es utópico?.
Bien, aún estando en un lugar en el que el menú era siempre el mismo, no había ducha, la cama no era demasiado confortable, mi familia estaba lejos, no gozaba de privilegios como comer regalices, llevar los zapatos de moda o salir de copas con los amigos… No echaba nada de menos (quizás porque sabía que la fecha para volver a casa se acercaba); pero… la realidad es que… casi dos meses después de estar aquí, en mi “supuesto lugar” (creo que tan sólo marcado porque aquí está mi familia…), echo de menos ver el cielo, echo de menos a mis compañeras de viaje, echo de menos a la gente cantando, echo de menos ir andando a los lugares, echo de menos tener tiempo para escuchar música, y sobre todo, … echo de menos esa magnífica sensación de paz que me acompañaba día tras día… Pensándolo bien, creo que paz que proviene del hecho de no pensar en mí. De no pensar en mis necesidades, de no tener la necesidad de avanzar y cumplir metas… sólo la necesidad de despertarme y recibir sonrisas a cambio de trabajo… una remuneración que me hacía rica el alma…
Y como última reflexión me pregunto: un país del norte es capaz de asegurar las necesidades básicas a su población, al tiempo le otorga ciertos lujos materiales… ¿este aspecto provoca que perdamos los valores morales y nuestra felicidad se vea condicionada por el materialismo en lugar de por el bienestar espiritual?.
Inma Sánchez. Voluntaria 2010