Este verano estuve en Angola. Esta ha sido la primera experiencia de voluntariado que Madreselva ha realizado en Angola y también la primera vez, que tanto mi compañera de voluntariado Sandra como yo, hemos viajado a África y hemos tenido nuestro primer contacto con la realidad de este continente
Durante este tiempo estuvimos en la comunidad que las FMA tienen en el Centro de Estudios María Auxiliadora (CEMA) en la ciudad de Luena, próxima a la frontera con Zambia. La comunidad la forman 3 hermanas, Sirlei, Anna y Natalia y entre las 3 atienden y gestionan una escuela con enseñanza primaria, secundaria y alfabetización para adultos, además de una escuela de formación de profesorado. Con el trabajo que eso da, aún sacan tiempo para participar en la pastoral local, la organización de catequesis, oratorio, actividades de tiempo libre, colaborar en actividades de la parroquia, del obispado o de las comunidades locales y además para atendernos a nosotros, los voluntarios.
Con la perspectiva de toda esa actividad se hace difícil explicar en unas líneas, o resumir en unas palabras, lo que por encima de todo para mí ha sido una experiencia del corazón y una experiencia de acogida y de encuentro. Encuentro con la comunidad con la que hemos compartido este tiempo, incluyendo voluntarios de otros países, también con la comunidad salesiana de Luena y con la realidad de las parroquias y comunidades cristianas que allí viven su fe y, por supuesto, con los niños, esos que, entre los que menos tienen, casi siempre son los más indefensos y los más débiles.
Toda la experiencia de este mes ha sido intensa en su sencillez. Ningún día ha sido igual al siguiente, especialmente en las pequeñas cosas, en los detalles. Una sonrisa, un llanto que uno puede consolar, ir por una de esas calles polvorientas y que un niño te llame por tu nombre, un momento de oración con la comunidad, un juego en el oratorio, gente que conoces o con la que compartes un momento sabiendo que, aunque no haya posibilidad de profundizar en una amistad, hay algo que nos une que es nuestra fe común o el amor a los demás, estas son las cosas que han hecho de cada día un día especial. Todas ellas son, además, las que se van guardando en el corazón, y las que después alimentan, sostienen y enriquecen nuestras personas. También son las más difíciles de explicar cuando se vuelve a la rutina diaria en Madrid. Cuando vuelves la gente, generalmente, te pregunta por lo que has hecho, lo que has “producido”, cuando lo verdaderamente importante son esos detalles para el corazón, y lo que cuenta es lo que has vivido y lo que has “sido” en el encuentro con los otros y el valor de pequeños detalles como un abrazo. Además, pensando en lo vivido, te das cuenta de que en un mes poco se puede hacer , de que en una maleta no caben las cosas importantes, y de que la única cosa que puedes llevar para compartir y poner a disposición de los demás, a Angola o donde quiera que vayas, es a ti mismo, con todas tus limitaciones, con tu mentalidad occidental, con tus ideas preconcebidas que luego los niños descolocan en un instante, pero eso es lo único que tenemos para dar, aunque sea verdaderamente poco.
Durante estos días tambien he tenido oportunidad de conocer parte del inmenso trabajo que las hermanas y la Iglesia realizan en Luena y en toda la provincia de Moxico: sus dificultades, sus necesidades, los retos, lo que aún está por hacer, pero, al mismo tiempo, también tuve ocasión de experimentar la cercanía de Dios, de un Dios que se muestra en los rostros de los niños, de un Dios que se muestra cercano en sus favoritos, los que nada tienen, y que se hace presente en la vitalidad y sencillez de las comunidades cristianas que van surgiendo, y por supuesto en la increíble tarea de los misioneros, evangelizadores y educadores cristianos.
En medio de todos estos días no quiero olvidar uno muy especial que fue el de la visita de Madre Yvonne (superiora de las salesianas) y la oportunidad de compartir unas horas muy intensas con ella. Fue un estupendo e inesperado regalo. Hasta que llegamos a Angola no supimos que la Madre venía devisita en Agosto y su presencia aumentó aún más el valor de esta experiencia. Creo que ella fué un aliento para la comunidad y para la tarea tan intensa y difícil que lleva a cabo en Luena. Fue también muy bonito que los voluntarios tuviéramos la oportunidad de participar en la preparación de su visita, de estar cerca de ella, y de percibir su interés personal por cada uno de nosotros y nuestra tarea como voluntarios y creo que eso también enriqueció su paso por Luena.
Y después de todo lo dicho, y cuando la experiencia ya comenzó a dejar poso por dentro, solo queda una palabra, como pegada a los labios, que siempre es GRACIAS. Así, con mayúsculas y desde el corazón. Gracias a los niños, siempre los niños, por lo que me enseñaron y me dieron. Gracias a las hermanas y a mis compañeros de voluntariado por todo lo compartido, en las celebraciones, en la oración y en la alegría del día a día. Gracias a los misioneros, sacerdotes, seglares o consagrados, por su labor y por haberme dejado estar cerca de ella. Gracias a Dios por haberme permitido tener esta experiencia, por que si los más humildes son los favoritos del Señor, haber podido estar con ellos a lo mejor ha sido para estar más cerca de Él.
Rafa Muñoz
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