Hace unas semanas asistí al Congreso “Católicos y Vida Pública” que cada año organiza el CEU y la ACdP desde hace ya más de una década. El congreso se desarrolla en torno a conferencias de, digamos, los conferenciantes “estrella”, mesas redondas en las que participan diversos ponentes, además de actividades adicionales (proyección de películas, noche joven, etc.) y la oportunidad de compartir la comida y conocer gente nueva que suele ser de lo más interesante.
Una de las mesas redondas se llamaba “El encuentro con Cristo” y, junto al decano de la Facultad de Teología de San Dámaso y un misionero Idente , estaba anunciada una psicóloga y psicoterapeuta suiza. Enseguida me vino como una cierta prevención. Son tantas las reducciones psicologistas a las que la realidad se ve expuesta en el mundo actual: el hombre, la fe, las relaciones, la sexualidad, etc, que casi pensé en acudir a otra de las mesas redondas. Si no hubiera sido por la expectativa del título probablemente lo hubiera hecho.
Y sin embargo, cuando le llegó su turno a la psicóloga, de nombre Mercedes, comenzó a hablar sobre algo que yo no esperaba: la mirada, y ya me enganchó hasta el fin de su intervención.
Mercedes habló de la necesidad de mirar y de aprender a hacerlo. El hombre actual no es mirado (lo calificó como “el hombre al que nunca nadie miró”) y además teme la mirada del otro, porque cuando al hombre se le considera, ya desde niño, es para ser evaluado, medido, clasificado, analizado, etc. Esto supone que el niño es relativizado y medido, pero no es mirado, y no digamos ya cuando es forzado u objeto de abusos donde la relativización es absoluta, convirtiéndole en mero objeto o instrumento. La consecuencia es que el hombre ha aprendido a temer la mirada del otro y se rebela. La consecuencia es que vivimos en sociedades deshumanizadas, donde cada vez existen más “no-lugares” en los que lo importante no es lo que somos, sino nuestra función, la acreditación que portamos o la tarjeta de crédito que exhibimos. No deja de sorprenderme como el hombre de hoy está profundamente herido y al mismo tiempo envanecido de sí mismo.
Sin embargo frente a esa relativización del ser humano, Mercedes habló de la mirada tierna, de amor, contemplativa del otro, que sale desde dentro al encuentro de los demás, y que es una mirada que construye, una mirada fundante. Es una mirada que nos permite construirnos a nosotros mismos y sobre la que los demás también se construyen y que genera lugares de encuentro donde las personas verdaderamente pueden ser. Estoy de acuerdo en que sin esa mirada de amor, sin el amor, todo lo humano es nada más que vacío.
Y entonces pensé en Madreselva y en los voluntarios. Pensé en como las experiencias que hemos vivido en países del Sur nos han enseñado a mirar. A tener otros ojos con los que ver a los demás, salir a su encuentro y dejarnos empapar por lo que ellos son. Pensé como esos viajes nos han hecho descubrir lugares de encuentro donde lo importante no es lo que hacemos o la función que cumplen aquellos que conocemos, sino lo que somos y son. Pensé como esas vivencias, que en muchas ocasiones son parte de una búsqueda interior, han ayudado a la toma de conciencia de uno mismo desde el sentir y conocer nuestra pequeñez. Sin reconocer nuestra pequeñez y la necesidad del otro no es posible el amor, que es, a fin y al cabo, la auténtica medida humana de las cosas y la verdadera y plena expresión de la justicia.
Se acerca la Navidad, y en medio de toda esta agitación consumista donde, si no se niega, se evita a Dios, aún se intuye una llamada a mirar. Dios nos llama y nos pide que le miremos, ahí, en un pesebre, pobre, expuesto, desnudo, vulnerable, como tanta gente que los voluntarios hemos encontrado en nuestros campos de trabajo. Y nos lo pide porque contemplando ese misterio, el misterio de su Amor, es como nos ablanda el corazón para que podamos entonces verdaderamente, saber mirar a los otros y ser voluntarios desde el corazón.
Feliz Navidad a todos los que hacéis posible Madreselva.
Rafa Muñoz (voluntario de Madreselva)
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