miércoles, 14 de julio de 2010

JORNADA EN PUERTO PRÍNCIPE, HAITÍ


A las cinco de la mañana empezaba nuestra jornada. Cafelito, cargar las cosas a la camioneta y a subirnos en la parte trasera. Fuimos a recoger a Manuel y Marcos, dos voluntarios españoles que están en casa de los salesianos. Nos pusimos en camino hasta la Descubierta, donde nos esperaban los otros voluntarios de Madreselva, Raquel, Cristina y Sandra. Al llegar todos nos dirigimos hacia la frontera con Haití. Son muchas las imágenes que hemos visto por televisión, pero nada es comparable a la imagen que tú te puedes hacer al ver este país que está entre los escombros de años de pobreza, y que por mucho que nos cueste creerlo, mucho le queda para salir de esos escombros.

Llegamos a la frontera y ya comenzaba el caos. Guardias armados, personas de inmigración y cientos de personas intentando vender cosas varias, cosas que nadie compra o cosas que han encontrado por el camino. Personas que venden hasta al mismísimo diablo para encontrar unas monedas que les saque de su probreza diaria. Niños que te siguen con la mirada, miran todo lo que llevas por si algo les cae. Cientos de puestos de cosas por vender.

Entregamos los pasaportes, se los llevan y todos les seguimos con
la mirada, nadie se fia del tipo que tiene nuestros pasaportes en la mano. Nos los entregan, nos acercamos hacia la puerta y nos dicen que no podemos pasar. Nos falta un papel dominicano. Minutos de tensión, de conversaciones, hasta que Sor Ángela se acerca al coche, saca una bolsa de pan y se la entrega. Sí. Compramos a los tipos de la frontera con una bolsa de pan.

Arrancamos y comenzamos nuestra jornada haitiana. Lo primero que nos choca es la carretera. La carretera principal del país y esta destrozada, sin asfaltar, es un camino de cabras. Por ahí tuvieron que entrar todos los camiones de ayuda humanitaria. Desde el primer momento te das cuenta de lo que te espera en el país.

Hasta llegar a la capital, Puerto Príncipe, nos encontramos distintos pueblos. Gente por la calle, caminando con la mirada perdida, gente en las guaguas como si fueran animales, no había ni aire para respirar. Personas andando por las cunetas de las carreteras. Puestos de comida, de ropa, de zapatos, de todo. En este país todo se vende. Nos ontaban las hermanas que venden lo que se encuentran o todo lo que les dan. Es su única forma de sacar dinero.

Antes de entrar en Puerto Príncipe ya empezamos a ver campa
mentos de refugiados. Campamentos llenos de tiendas de campaña, cientos, miles de tiendas rodeadas de suciedad y basura. Niños en la calle desnudos, duchándose con una taza de agua. Hombres sacando agua de los pozos, mujeres llevando ese agua con cubos hasta las cercanías de sus tiendas.

Llegamos a la ciudad. Una ciudad destrozada. Escombros por todos los sitios, pocos edificos quedan en pie, los que quedan parecen deshabitados. Tiendas de campaña en los parques, en las rotondas, la ciudad está llena de campamentos. Miles de personas por las calles, miles de puestos. Gente andando, en moto o en coche. Una ciudad abandonada pero llena de vida en la calle.

Pasamos por el palacio presidencia, destrozado. Los edificios siguen igual que hace unos meses. Poco se ha hecho en esta ciudad. Los escombros siguen donde estaban. Una ciudad a la que le queda mucho. Poca ayuda internacional vemos. Una gran besa de Naciones Unidad, pero pocos coches por la ciudad. Algún militar de Naciones Unidas, pero ningún policía. Una ciudad con pena.

Llegamos al colegio de las hermanas, en su día de la gratitud. Vimos las clases en tiendas de campaña y en el patio estabana todos celebrando la fiesta. A pesar de ver esa ciudad como está, aún pudimos ver sonrisas entre los niños. Nos tocaban y nos saludaban. Eramos la sensación, trece blancos entre cientos de negros.

Las hermanas han trabajado mucho por la población, para que todo siga y puedan seguir teniendo su vida.

Al salir de la ciudad todos saliamos impresionados. Puerto Príncipe nos ha sorprendido y nos ha tocado el corazón.

Unos meses después del terremoto, y al salir de país el polvo de la ciudad se había impregnado en nosotros. Salimos llenos de suciedad y de mal olor. Nosotros sólo estuvimos un día, imaginaos la gente que vive allí. Todavía hoy hay personas desaparecidas entre los escombros. Una ciudad que tienen que cambiar de sitio, tienen que buscar una zona del país para crear la capital. Tienen que sacar los escombros y empezar una nueva vida. No saben cuando.

Estamos en época de ciclones, gracias a Dios que todavía no han llegado. Qué será de esa gente que vive en tiendas de campaña, cuando el viento y la lluvia les haga una visita...

LUIS FERNÁNDEZ (10 de julio 2010)

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