lunes, 12 de junio de 2017

 “El mejor mes de mi vida” (en Mozambique)




La verdad es que no sé muy bien cómo empezar a resumir el mejor mes de mi vida, cómo

retratar con palabras las experiencias que he tenido y describir sin quedarme corta a las personas

tan maravillosas que he conocido.


Me llamo Cristina y este verano (2017) he estado 32 días en Maputo, Mozambique.

Llegué un caluroso, pese a ser invierno, día 12 de julio y ya en el aeropuerto nos estaban

esperando las que más adelante se convertirían en mi segunda familia, Irmã Orsolina, la directora

de la casa, e irmã Emilia, la directora de la Escuela Dom Bosco de Infulene. No hay mayor alegría

que llegar nerviosa a tu primera vez en África y que te reciban con tanto amor y hospitalidad.

En mi caso no iba sola, me fui con un amigo, y nada más llegar nos enseñaron nuestros

cuartos y nos presentaron a Tommaso, otro voluntario italiano que llevaba ahí un par de días y a

las demás hermanas de la casa; irmã Digna, irmã Anna y Atalia, una novicia de mi edad que

estaba ahí por un mes. Fue increíble como nada más bajar del coche, todos los alumnos de la

escuela se agolparon a nuestro alrededor y empezaron a cantarnos una canción de bienvenida, a

abrazarnos y a preguntarnos cosas. Pese a la limitación que pensamos podía ser el portugués, no

hubo ningún problema y nos entendíamos perfectamente.


Durante la primera semana nuestras labores fueron ayudar en lo que pudiésemos por las

mañanas en la casa de las hermanas y en la escuela – en mi caso fue estar con Atalia preparando

las decoraciones para la fiesta de los 60 años de vida religiosa de irmã Orsolina – y por las tardes

teníamos dos horas de oratorio. Era maravilloso ver llegar a todos esos niños, queriendo

conocerte y queriendo tan solo pasárselo bien. En este caso los niños del oratorio eran niños del

barrio, algunos alumnos y de edades entre los 3 y los 16 años aproximadamente. Yo siempre me

quedaba con los más pequeños y con los que quisieran colorear, saltar a la comba, jugar en los

columpios, etc. Eran probablemente las horas más felices de mi día y lamentaba cuando había

que reunirlos para rezar porque se tenían que volver a sus hogares.

El oratorio duró dos semanas de lunes a domingo, menos los sábados que era nuestro día

libre para visitar la ciudad o ir a donde quisiésemos.


Cuando llegamos tuvimos la gran suerte de poder asistir al festival de fin de curso del

colegio, porque les daban las vacaciones esa misma semana. Era muy divertido ver los bailes y

canciones que habían preparado todos los niños por su cuenta en honor a los profesores y a la

escuela.


Los domingos íbamos a misa con las hermanas y era genial, la misa se desarrollaba en

dos idiomas, portugués y shangana, su dialecto, y estaba llena de canciones y música.

Ya la segunda y la tercera semana comenzamos las “actividades de férias” (clases de

vacaciones). Eran todas las mañanas de lunes a viernes y en mi caso daba “Iniciación a la lectura

y la escritura”, obviamente en portugués. Cuando me lo dijeron me asusté un poco por no saber

yo perfectamente portugués, pero al final fue fácil y con su esfuerzo era fácil hacer de todos

(aunque no quita que, como todos los niños, fueran un poco gamberros). Mentiría si dijera que no

me dio muchísima pena cuando se acabaron las clases; ya me había enamorado de mis 18 niños

que reían, cantaban en español, intentaban mejorar su caligrafía o se esforzaban por leer, pero

siempre sacándome una sonrisa.


Por fin llegó la fiesta de irmã Orsolina, con ella su familia italiana, y fue una experiencia

increíble. Asistimos a una misa con el obispo, con todas las hermanas salesianas, las novicias y

toda la gente de la comunidad que después vinieron a la escuela a comer y disfrutar de una tarde

de actuaciones, de festejos y de felicidad. Todos íbamos vestidos con nuestras capulanas

especiales para la fiesta, yo on un vestido hecho especialmente para ello y que guardaré siempre,

y no podíamos evitar el sonreír en todo momento.

Cuando finalizó el día me tuve que despedir de Atalia, que volvía al noviciado, y de

Tommaso, que se iba a otra misión. Sin embargo la felicidad que sentíamos todos hacía que

supiésemos que eso no era un adiós.


La última semana tuvimos la suerte de que nos llevaron a Bilene, una playa paradisíaca al

este del país junto con irmã Orsolina y su familia. Fueron dos días muy entretenidos y conocimos

a unos niños de un orfanato que vivían en casa de las hermanas.


Pablo y yo pudimos recorrernos los demás días Maputo y conocer todos sus tesoros, como

la feria de artesanía, gastronomía y flores de la ciudad. Sin olvidar los viajes a los centros de

inmigración para prorrogar los visados que al final nos costaron una multa. Además ayudamos a

irmã Digna a usar ciertos programas de ordenador y preparamos nuestra fiesta de despedida que

íbamos a celebrar con los niños en el último oratorio que íbamos a estar.

Los niños lo pasaron genial, teníamos música, globos, pompas de jabón y muchos dibujos

que colorear; hubiera querido que esa tarde no terminara nunca.


Lamentablemente llegó el momento de volver y la cena de despedida. Pablo y yo hicimos

tortillas de patata y un bizcocho pero realmente es que todo es poco para agradecer a esas cuatro

hermanas todo lo que habían hecho por nosotros. No pude evitar que se me cayeran las lágrimas

por todo el amor que sentía por ellas, por su labor, por su país y por su comunidad. Sinceramente,

estaría loca si no las llevara para siempre en mi corazón.

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