martes, 1 de octubre de 2013

TRAS CONOCER EL HOGAR TESAPÉ PORÁ

Hola, soy Lola de nuevo. Antes de mi primera experiencia, escribí para huellas cómo había llegado a parar a Madreselva. Tenía dudas de si iba a ser de ayuda en Paraguay, en el Hogar Tesapé Porá, no sabía si me iba a gustar o lo iba a pasar mal. Mucha gente me decía que era muy valiente, y yo me agobiaba un poco, porque nunca me he considerado valiente. Cristina me dio el otro día una carta que escribí yo el primer día del curso de voluntariado, y la conclusión de toda la parrafada, es que sabía que algo, Dios, el destino, la educación que he recibido, o como lo quieras llamar, me empujaba a irme de voluntariado.  Y efectivamente tenía razón.

Al principio tenía miedo de no encajar con mi compañera de viaje, Elena; pero la verdad es que ha sido genial ir con ella. También tenía miedo de cómo iba a ser el trato con las hermanas y las cuidadoras de las niñas ("tías") de allá; y todas nos han ayudado y cuidado mucho. En concreto, hemos tenido mucha suerte con Tía Mónica, pues tenía más o menos nuestra edad, y hablábamos mucho con ella, nos aconsejaba, nos enseñaba la ciudad, y con ella viajamos a las Cataratas de Iguazú, a Ciudad del Este...
El Hogar Tesapé Porá, se encuentra en Villarrica, una ciudad muy chiquitita cerca de Asunción en kilómetros, pero muy lejos en tiempo, pues para hacer 170 km, tardas como cuatro horas y media en autobús. Es un hogar que acoge a niñas con diferentes problemas, algunos muy graves, otros no tanto. En cualquier caso, niñas de las que sus padres no pueden hacerse cargo. A lo mejor hay gente que se imagina un edificio cutrecillo, y con pocos recursos. Para nada es así, tiene de todo: agua caliente, luz, buena comida, wifi (no muy bueno, pero tiene), un patio, una panadería, una casa para las mayores y otra para las pequeñas... Es un Hogar que lleva bastante tiempo, y poco a poco, voluntarios han ido llevando cosas físicas necesarias, o simplemente ideas que luego las sores de allá han podido cumplir.

     
Cuando llegamos, las pequeñitas no se despegaban de nosotras. Siempre querían jugar y que les contases cosas. Yo estaba encantada, pues no tuve que hacer nada para ganarme su atención. Las mayores... es otro caso. Tardaron más en dirigirnos la palabra, pero tras la primera semana ya nos hablaban todas. Reconozco que esa semana sí que tenía preferidas, pero poco a poco esas preferencias se iban borrando. Para mí, todas las niñas tenían algo que las hacía únicas, y todas me han enseñado algo. Podría ahora mismo contaros algo de cada niña, pero creo que si alguien está más interesado en el proyecto, que me pregunte en persona, pues ahora no quiero ocupar mucho más espacio para no cansaros.

Sé que lo que voy a decir lo habréis escuchado millones de veces a otros voluntarios, pero creo que yo di menos de lo que las niñas me dieron a mí. Yo lo único que hacía era bailar, jugar, ver pelis, de vez en cuando sí que les explicaba algo de matemáticas o algo así, pero poco. Ellas me enseñaron muchas más cosas sobre la vida, sobre la felicidad...


Espero poder volver el verano que viene con mis niñas, aunque sea solo unos pocos días. Muchos amigos me dicen que por qué no pruebo otros lugares. Y yo, en parte quiero conocer más proyectos, pero después de haber vivido en Villarrica un mes, me es imposible pensar que no voy a volver nunca más. Además hice una cosa que no os recomiendo, y es prometerles a las niñas que voy a  volver. Cuando una niña te mira a los ojos y te dice muy en serio que no te vayas, que te quedes con ella para siempre, es inevitable (por lo menos para mí) decirle que no la vas a volver a ver en la vida. Otra anécdota es que una de las mayores (bueno de 12 años) nos preguntó un día a Elena y a mí, que si nos aburríamos allí con ellas. Nosotras le respondimos que no, que nos lo pasábamos muy bien, y que por qué nos preguntaba esa tontería. Ella nos dijo que porque luego nunca volvíamos.

Bueno, pues espero que algún día vayáis a Villarrica, y os llene tanto como a mí.

Lola Teja (Voluntaria 2013)

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