“No entiendo nada”, eso es lo primero que pensé nada más subir en el avión con destino a India y no sólo es que lo pensara en ese momento, sino que se ha convertido en la frase más repetida a lo largo de mi experiencia como voluntaria. No entiendo por qué la comida tiene que picar hasta que uno no siente los labios, no entiendo cómo son tan amables conmigo los indios y luego se matan a empujones para subir al tren, no entiendo por qué todo está sucio hasta límites insospechados… y así hasta tener un número increíble de preguntas avasallándome en cada esquina.
La India tiene un tamaño continental y viven más de 1100 millones de personas, hay 28 Estados y 7 territorios independientes, existen más de 20 lenguas oficiales, conviven decenas de etnias y sobre todo centenares de castas y subcastas, además de hindúes, musulmanes, sijs, budistas, jainistas, católicos, etc.
Cuando Madreselva me dio la oportunidad de ser voluntaria en La India muchos sentimientos contradictorios se enfrentaron en mi interior, la alegría por cumplir un sueño, el miedo a la cantidad de trabajo que me esperaba, la tristeza por dejar a mi familia y amigos, pero sobre todo la ansiedad por descubrir las experiencias y aventuras que me aguardaban. Tras 5 meses en India y la cantidad de anécdotas que he vivido, los miles de kilómetros que he viajado y los cientos de personas que he conocido son imposibles de resumir en unas pocas líneas, pero puedo esbozar algunas de las cosas que he aprendido.
Las primeras semanas no fueron fáciles, primaba en mí el deseo de volver a casa, de ver a los míos y dejar atrás la locura del tráfico de Bangalore, el calor espantoso de Chennai y la contaminación que te impide hasta respirar cuando estás sentado a toda velocidad en un autorickshaw, bueno a toda la velocidad que un tuk-tuk puede alcanzar, digamos que unos 50 kilómetros por hora.
No obstante, finalmente el trabajo me absorbió y poco a poco me fui integrando en la vida del país. La Fundación Madreselva trabaja en países en desarrollo sobre todo a través de proyectos con las Hermanas Salesianas. En estos meses aprendí mucho sobre el trabajo en cooperación, pero sobre todo he aprendido sobre mí misma, cómo gestionar la soledad, cómo lidiar con las injusticias que uno ve cada día y cómo aclimatarse a una cultura totalmente diferente.
La vida en el convento no es fácil, aunque las Hermanas o Sisters como aquí las llaman son muy atentas y cariñosas, el ambiente puede ser un poco agobiante, sobre todo, porque uno pasa de tener una madre a 12.000 kilómetros de distancia a tener 5, 10 o 30 dependiendo de la comunidad y zona donde esté trabajando. No fumar, no llevar tirantes, no tener un bar al que ir con los amigos, ir a misa todos los domingos, puede ser abrumador para cualquiera, pero solo hace falta una cosa, tolerancia y conocer a las personas. Todas las vicisitudes de los viajes y convivencia que puedo relatar se compensan con el trato que he recibido por parte de los niños, mujeres y jóvenes que agradecen sobre manera cualquier pequeño detalle que tengas con ellos. Sin duda, las personas son el gran capital social de India.
Volviendo al tema religioso que es uno de los más transcendentes para comprender la sociedad india, puedo decir que las misas católicas son cuanto menos sorprendentes. Las he presenciado en varios idiomas, con servicios de hasta dos horas y medias, pero lo que más destaca es que si en España a alguien se le ocurriera decorar una iglesia como lo hacen allí probablemente se enfrentaría a un juicio o al menos a una airada opinión pública. En India a la hora de decorar o complementar un rito religioso todo parece poco, luces de led, espumillón, tambores electrónicos para acompañar la eucaristía y hasta proyectores para que los fieles no pierdan el hilo de la misa.
También en las otras religiones del país, los rituales son curiosos desde las donaciones de pelo en Tirupati, uno de los templos más grandes y sagrados del hinduismo que visitan millones de personas al día, las danzas y cánticos transcendentales o las ofrendas de todo tipo. Además, se puede escuchar la llamada a la oración del imán prácticamente en cualquier pueblo, aunque los musulmanes sean una minoría; y cerca de Mysore pude visitar el Templo Dorado budista, donde viven miles de monjes, muchos de ellos refugiados tibetanos. Fue para mí sorprendente verles lavar la ropa, trabajar en la tienda de recuerdos vendiendo Coca Cola, hablando por el móvil, comprando de todo en los pueblos vecinos, o meditando, pero sin duda lo que más me sorprendió fue ver a los monjes de apenas tres años correteando en los alrededores del templo, porque el monje budista nace, no se hace.
Así que los contrastes religiosos están asegurados en India, pero a pesar de esta gran variedad de fes y ritos, la población convive, tolera y respeta las diferencias del otro. Es cierto que hay casos de discriminación o violencia interreligiosa, pero si pensamos en las proporciones del país asiático, son pocas para la complejidad que presenta una sociedad de estas dimensiones y complejidad.
Tatiana, me encanta!! HAce q sienta q no soy yo la unica q ve las cosas asi . Yo ahora en el proceso de ir haciendome a este gran pa'is con todas sus contradicciones.
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